
Signo de los tiempos. Promocionar la nota de cultura democrática
Menos de la mitad del mundo vive en países con algún grado de democracia. Más exactamente, el 43,1% de la población según el último informe de The Economist Intelligence Unit. Pero solo 8% de...
Menos de la mitad del mundo vive en países con algún grado de democracia. Más exactamente, el 43,1% de la población según el último informe de The Economist Intelligence Unit. Pero solo 8% de los habitantes vive en “democracias plenas”. Chile, Francia y España ingresaron en 2022 a ese selecto grupo. El país transandino y Uruguay son los únicos países latinoamericanos con nota suficiente para calificar.
Este Índex de Democracia analiza anualmente los puntajes de los principales estudios mundiales sobre calidad democrática y opinión pública. Los resultados se ponderan en un rango del 10 para unificar las puntuaciones en cinco categorías: proceso electoral y pluralismo; funcionamiento del gobierno; participación política; cultura política y libertades civiles.
En promedio, Latinoamérica saca una nota levemente superior a la del resto del mundo en casi todas las categorías, menos en cultura política. En la región, la mayoría de los países tienen procesos electorales regulares, más o menos en concordia; constituciones que, más o menos, amparan los derechos elementales y suscriben tratados internacionales que los amparan. Tienen gobiernos más o menos mediocres, según toque; y cierta cultura de participación forjada a fuerza de protestas y reclamos. Pero la nota en cultura política apenas araña el 4. Es el promedio de la Argentina, Colombia y Nicaragua. Bolivia y México, en cambio, reprueban con poco más de un punto. Chile y Uruguay sacan 7.5 y 8.1, respectivamente. Puntaje similar al que obtiene Alemania y apenas por debajo de la nota de Dinamarca, Islandia y Suiza.
El promedio latinoamericano se delata bajo si se compara con el 5.6 de Turquía, en el foco internacional desde el 6 de febrero cuando un terremoto puso en evidencia lo mortal que puede resultar una democracia sin controles ciudadanos. No alcanza la grandilocuencia populista del presidente Erdogan que sale a apresar constructores después de que miles de almas yacen bajo edificios pulverizados. La cultura política se hace patente cuando las instituciones actúan antes de semejantes tragedias.
Una cultura de pasividad y apatía cívica no es coherente con la democracia. Antes bien, es caldo para autoritarios, que usan sus mayorías electorales para cargarse instituciones y eliminar contrapesos que pudieran recortarles el poder
Una cultura de pasividad y apatía cívica no es coherente con la democracia. Antes bien, es caldo para autoritarios, que usan sus mayorías electorales para cargarse instituciones y eliminar contrapesos que pudieran recortarles el poder. Para ello es funcional que los ciudadanos se dividan y pongan sus energías en polarizarse con sus compatriotas más que en controlar a sus representantes. Cuando pocos ganan demasiado poder, la democracia comienza a marchitarse y queda al arbitrio de las nuevas élites políticas, el narcotráfico y los prebendarios del Estado.
Décadas de liderazgos carismáticos, que ponen al ejecutivo por encima del resto de las instituciones no han resultado en fortalecimiento del poder, sino todo lo contrario. La Argentina es el país con menos confianza en el Gobierno entre 28 países que monitorea el Barómetro de Edelman.
La Argentina es el país con menos confianza en el Gobierno entre 28 países que monitorea el Barómetro de Edelman.
Solo uno de cada cinco argentinos expresa confianza en el Gobierno en 2023. Junto con Sudáfrica, nuestro país no alcanza la mitad del 41% de confianza promedio que concitan los líderes políticos mundiales, que son a su vez los actores sociales menos confiables.
Esta desconfianza no se explica únicamente por el mal desempeño de un presidente, sino por una fatiga sostenida ante la falta de respuestas ante las necesidades ciudadanas.
No en vano los datos de ese estudio muestran que los sectores más pobres son más desconfiados que los más adinerados. Cómo confiar en un sistema que, lejos de garantizar la dignidad mínima, somete a millones de personas a la degradación diaria de sus derechos elementales.
Para colmo, las máximas autoridades, que gozan de privilegios ostensibles y del poder supremo, no hacen más que quejarse de que no cuentan con libertad de expresión o garantías de debido proceso. ¿Qué van a pensar quienes malviven con poco más de un dólar al día en condiciones infrahumanas?
La buena noticia es que el fortalecimiento de la cultura política no puede esperarse de esos funcionarios, que serían los vigilados por una ciudadanía activada, que pidiera a cada estamento de gobierno rendición de cuentas por cada uno de sus actos.
La cultura política se construye de abajo hacia arriba y se perfecciona cuando la democracia no pende de la suerte de una persona porque es un tejido social de muchas y variadas comunidades y organizaciones. La desconfianza social y el desánimo ciudadano es lo que necesitan los totalitarios para tener chances.
Analista de medios